Desde pequeño, siempre me ha gustado arreglar lo que se rompía. Creo que fue mi padre el que me transmitió esa pasión por la reparación y el aprendizaje. El origen de mi familia era en una zona rural, donde las familias vivían aisladas en caseríos y tenían que ser autosuficientes. Allí, no bastaba con tener cosas, había que cuidarlas y saber cómo funcionaban. Cuando la gente se mudó a las ciudades, los obreros y los artesanos tampoco podían permitirse comprar muchas cosas nuevas. Así que seguían el mismo principio: cuidar lo que se tenía y aprender a arreglar lo que se estropeaba.
Esa fue la escuela donde aprendí a observar los objetos, a entender su mecanismo y a despertar mi curiosidad. Aunque a veces era impaciente y quería terminar rápido, mi padre me enseñó a tener paciencia y a hacer las cosas bien. Siempre me decía una frase que según él decía Carlos III: “Vísteme despacio, que tengo prisa”.
Quizás desde la experiencia de mis años entienda hoy lo quería decir mi padre, su forma de valorar el trabajo bien hecho, el esfuerzo y la dedicación. La restauración de muebles es una actividad muy satisfactoria. El proceso paso a paso te permite establecer una comunicación con la madera, que es un material vivo. Tú provocas una acción y seguidamente la madera responde. Cada mueble es único y tiene su propia historia, por lo que cada encuentro es una novedad constante.
La práctica de la observación y del análisis previo afinarán tu vista y te ayudarán a entender los secretos ocultos a primera vista.